Cuenta la leyenda que en la lejana Libia había una ciudad rodeada por un lago tan inmenso que parecía el mar. Sus ciudadanos vivían amenazados por un dragón monstruoso y pestilente que cada vez que tenía hambre se acercaba a las murallas de la ciudad infestandola con su edor.
Los habitantes para mantenerle contento, le daban dos corderos diarios. Aunque cuando llegó el día en que los animales escaseaban decidieron entregar una oveja y una persona que sería elegida al azar.
El problema vino cuando salió elegida la hija del rey. Éste suplicó a todos que perdonaran la vida de su princesa, aunque nadie accedió a ello, ya que había sido el propio rey quien había propuesto el sistema.
El día en que la Princesa emprendió su camino para enfrentarse con el dragón, se encontró por el camino con un soldado (Sant Jordi). Ella le relató la historia y le suplicó que huyera para ponerse a salvo. El soldado no la obedeció y se enfrentó con el dragón. Le pidió a la Princesa que le pusiera su cinturón a modo de collar, y juntos llevaron al dragón hasta la ciudad. Una vez allí, Sant Jordi le clavó su espada al dragón y en el lugar en que cayó la sangre de la bestia nació un hermoso rosal símbolo de la amistad. Sant Jordi cogió la rosa más bella y se la entregó a la princesa en señal de su amistad.
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